Jóvenes y religiosidad popular: ¿nuevos caminos?
La religiosidad popular en América Latina está vinculada a un amplio rango de prácticas de devoción que van desde la espiritualidad de los pueblos indígenas hasta las tradiciones de la cultura popular católica. Este amplio rango de prácticas se nutre de diversas maneras, se recrea y muestra que “La espiritualidad y la religiosidad están presentes en lugares inesperados, haciendo que el panorama religioso latinoamericano sea más vibrante y plural que nunca” (Gustavo Morello SJ y otros: An enchanted modernity, 2017). Morello también afirma que la “religiosidad moderna desdibuja las fronteras rígidas, produciendo pertenencias religiosas y afiliaciones que son fluidas, simultáneas y no exclusivas. Los latinoamericanos son emprendedores religiosos que crean su propio sistema de significado.”
Si centramos la mirada en los y las jóvenes de diversos países latinoamericanos y que tienen diversas sensibilidades; luego, si consideramos el tema de la diversidad de las expresiones de las culturas juveniles con sus diversas escenas, grupos y propósitos; y finalmente no olvidamos realidades más estructurales como son las dimensiones económica, política y sobre todo cultural de cada país; entonces conjugando estos elementos, América Latina y sus prácticas en torno a la religiosidad popular, y en ellas, los jóvenes como herederos y continuadores de devociones y prácticas cotidianas, también ellas nos hablan de Dios, nos hablan de cómo la familia, el pueblo, la ciudad, la tradición y las costumbres son recreadas y renovadas.
Morello señala que la religiosidad popular enfatiza la tensión entre el creyente y la institución, también destaca la existencia de una dimensión “comunal” entre la persona y la institución: la familia, la celebración patronal, la cofradía, el compadrazgo, etc. Así, son espacios donde la religiosidad popular es saboreada y adoptada como propia, incorporada con un sentido particular y a la larga parte de la identidad. En nuestro caso es la hoja de ruta o proceso que siguen algunos jóvenes, mientras otros se muestran lejanos o indiferentes. Morello señala que el origen de la religiosidad popular está vinculado a la etapa colonial. La Iglesia Católica nunca ha podido llegar a los pueblos que viven en el campo o en las periferias urbanas. La falta de clero y, por lo tanto, la incapacidad de cubrir territorio e imponer doctrinas dejaron a las comunidades locales a cargo de su propia fe e iglesias. Otro elemento importante es que la religiosidad popular no es oficial ni individualista, sino una religiosidad comunitaria (Manuel Marzal, SJ: Tierra Encantada, 2002) y esto puede posibilitar nuevos caminos. También está asociada a las clases sociales bajas, tiene componentes de etnicidad y pertenencia, regionalismos, etc.
Pero también hay un elemento dinamizador que pueden generar o está ya generando nuevos caminos entre las juventudes y la religiosidad popular: la agencia. Entendida justamente como oportunidades y como libertad. Este es el germen, la posibilidad y la capacidad de comprender como Dios y su Pueblo se dan encuentro y caminan. Jóvenes como agentes que desde lo cotidiano, desde la cultura digital por ejemplo, van recreando el sentir de un pueblo o una comunidad. Un joven transmitiendo en vivo a través de Facebook o Instagram una procesión o una fiesta patronal puede generar nuevas lecturas y mover recuerdos, sensibilidades y abrir la fe a otras personas.
La transformación de la religiosidad en América Latina pasa por comprender la vida cotidiana y sus retos en nuestro países. Existe mucha injusticia, desigualdad y dolor. En el día a día la identidad de jóvenes y adultos se van configurando, van tomando nuevos caminos y en ellos y no pocos casos la fe y la vida se dan encuentro a pesar que muchos caminos son cuesta arriba o no tienen inclusive sentido. Los y las jóvenes están en constante tensión. Es muy importante acompañar estos procesos, mirar con misericordia cómo las emociones y sentimientos van moldeando muchas vidas e inclusive generaciones. La religiosidad popular y más ampliamente la vitalidad religiosa es una reacción a las condiciones de vida de muchos pueblos. Una forma de luchar. Una lucha que está diversificándose pero creemos que no perderá fuerza, mas sí tomará nuevas formas. Religiosidad y espiritualidad de la mano con nuevas identidades. Entonces ¿nuevos caminos? Sí, son nuevas oportunidades ¿Nuevas luchas? Sí, en lo cotidiano y contracorriente.
Autor: Milán González Véliz