S.O.S. Colombia
Para muchos no es un secreto que algo está sucediendo en Colombia, algo grave y tal vez difícil de entender, si se lo mira desde un solo ángulo, y mucho más complicado si se desea abordar la situación con todos sus matices.
No voy a dedicarme a narrar cada punto, porque sería demasiado extenso, y tanto noticieros como medios de comunicación fuera de Colombia lo han abordado: el gobierno de turno buscaba la aprobación de una reforma tributaria que velaba por intereses de muy pocos, mientras que a las clases media y baja golpeaba durísimo, agudizando los índices de pobreza que aumentó al 42% durante el 2020.
Añadido a eso, la sombra de las reformas a la salud, pensional y laboral que se han estado considerando en el Congreso, se asoma con sigilo, pero no con menor gravedad, en especial para los más desfavorecidos. Todo esto resulta ser una hecatombe, puesto que Colombia, con todo y sus riquezas naturales y su biodiversidad, es uno de los países más desiguales del mundo.
La reforma tributaria fue tan solo la gota que derramó el vaso del descontento social, que se hizo visible desde el 21 de noviembre de 2019, y que estaba en “stand by” debido a la pandemia. Miles de colombianos hemos salido a las calles a exigir mejores condiciones y oportunidades laborales para todos, reformas justas para el sector agropecuario; mejora en los sistemas de salud y educación, salarios dignos, entre otros.
Lo que más ha llamado la atención es el ímpetu, la creatividad y la fuerza con la que cientos de miles de jóvenes se han volcado a las calles, incluso en medio del tercer pico de la pandemia que nos azota, que evidencia no solo el descontento y la indignación, sino que es signo de esperanza, porque los jóvenes han tomado la batuta y desean y exigen respuestas a una sociedad que ha vivido por años la violencia y ha permitido que la corrupción permeé todos los ámbitos, el político de manera especial.
Ante tanta injusticia y desigualdad, los colombianos hemos hecho uso de un recurso que está consignado en nuestra Constitución, en el Artículo 37, la protesta social: “toda parte del pueblo puede reunirse y manifestarse pública y pacíficamente (…)”.
Como colombiana, sumada a la inmensa cantidad de sectores que ha salido a las marchas a lo largo y ancho del país, puedo dar fe de que estas protestas se han llevado a cabo de manera pacífica, no sin algunos lunares que la empañan, porque la cizaña crece junto al trigo. Sin embargo, en comparación con los actos culturales y pedagógicos que se han desarrollado, esos lunares representan un porcentaje mínimo, e incluso, hoy en día y gracias a la tecnología, se ha podido establecer la intención de que dichas manifestaciones sean infiltradas, con el fin de deslegitimarlas y enturbiarlas.
Hemos salido a ejercer nuestro derecho, acompañando a nuestros estudiantes y jóvenes que hacen parte de grupos y movimientos juveniles, y nos hemos quedado absortos al observar su sentido crítico y su anhelo por forjar un mejor país. Claro, no faltan aquí quienes afirman que se trata tan solo de jóvenes ingenuos, presas de ideologías, que no tienen ni idea de lo que hacen y que solo ponen en riesgo su vida, porque manifestarse de esta manera no sirve para nada, aunque la historia testifica lo contrario.
Se equivocan tremendamente quienes piensan así y miran todo esto a partir de solo dos lentes: izquierda o derecha, porque el asunto es mucho más profundo. Se trata de jóvenes cuyo sentido patrio se levanta como estandarte de una lucha que no tiene nada que ver con las armas, sino con el reclamo de lo que es justo: el respeto por la vida, el acceso a la educación y a la salud de calidad. Esto, además, expone la urgencia de que surjan líderes creíbles, que vaya renovando, poco a poco, la política viciada que exprime los recursos, que son para todos, pero solo hinchan las arcas de una minoría.
Hemos visto a muchos jóvenes crear iniciativas de ayuda entre ellos, en especial para quienes afrontan la represión en primera línea, apoyados y ayudados por sus comunidades, que son testigos oculares de su resistencia. Hay jóvenes que afirman que, gracias a esa solidaridad, están logrando comer mejor que en sus casas, y esto, desgarra el corazón. En medio de esta dificultad, brotan expresiones auténticas de fraternidad y hermandad, puesto que cuando se respeta la dignidad del hombre, y sus derechos son reconocidos y tutelados, florece también la creatividad y el ingenio, y la personalidad humana puede desplegar sus múltiples iniciativas en favor del bien común (Fratelli Tutti, 18).
No se trata de jóvenes ingenuos, mucho menos de vándalos, guerrilleros o rebeldes sin causa como se han atrevido algunos a llamarlos, sino de generaciones cansadas de cargar bajo el peso de sus hombros el historial de violencia que por años nos ha agobiado.
Me atreví a escribir estas líneas después de un momento de oración, en el que pedía a Dios luces para actuar y poder hacer algo, porque la impotencia es enorme. Escribir esto no es fácil, además porque quienes denunciamos por diversos canales lo que está pasando, estamos siendo víctimas de la censura, la amenaza y la apatía de muchos que ven de lejos, indiferentes.
No pretendo que la gente piense y se vuelque a las calles como yo, pero que sí comprenda que no se trata de caprichos, de problemas mínimos y que estos jóvenes y personas del común que salimos, no representamos una ideología o partido político específicos. La protesta no es homogénea, representa una cantidad inmensa de sectores: campesinos, indígenas, trabajadores, educadores, personal de salud, estudiantes…, todos con reclamos fundamentados, cansados bajo el oprobio de la desigualdad, pero unidos con el sueño de un mejor país. No se vale estigmatizar la protesta cuando no se la conoce en realidad. Este estallido social se venía vaticinando hace años, y cuando no aguantó más, explotó.
No se puede ser neutral cuando vemos cómo estamos siendo atacados, las manifestaciones pacíficas se ven provocadas por la fuerza pública, que usa desmesuradamente su posición para reprimir. Desde el gobierno de turno, con complicidad de varios medios de comunicación, usan consignas y un lenguaje condenatorio, desconectado de la realidad. “Guerras, atentados, persecuciones por motivos raciales o religiosos, y tantas afrentas contra la dignidad humana se juzgan de diversas maneras según convenga o no a determinados intereses, fundamentalmente económicos. Lo que es verdad cuando conviene a un poderoso, deja de serlo cuando ya no lo beneficia” (Fratelli Tutti, 25).
No podemos quedarnos callados ante tanta ignominia, ante tanta violencia, venga de donde venga.
Mi país se sigue desangrando, pero ya despertó del letargo. Tuvimos un hálito de esperanza y un tiempo de relativa bonanza con la firma de los Acuerdos de Paz, que también han sido incumplidos y que necesitamos que se implementen, ahora, con mayor urgencia.
Admiración profunda a todos estos luchadores, jóvenes llenos de sueños, alegría y esperanza, sean de la creencia que sean, incluso, sin ninguna a bordo, ustedes están dando la cara por todos nosotros, alzando la voz de los que, por años, han sido callados, a sabiendas de que esto les puede costar la vida.
Perdón, porque el país no ha sabido brindar garantías, algunos sectores no los valoran ni escuchan, pero sepan que miles estamos dispuestos a crear y respetar espacios en los que su voz sea escuchada, aunque no pensemos igual. Como ustedes, anhelamos que lo consignado en nuestra constitución sea una realidad tangible y no un deseo abstracto e inalcanzable.
Pedimos a todos su oración y mediación por nosotros, en especial por los jóvenes que salen a marchar con sueños, pero que son violentados de la manera más infame.
Pedimos a Dios que nos mire con misericordia y abra el entendimiento de quienes tienen en sus manos detener todo esto. La violencia generada y propiciada en cualquier ámbito no nos ha llevado a ningún lado, y ese resultado no va a cambiar; aquí perdemos todos.
Seguiremos en pie de lucha, con el arte, la música, la cultura, la creatividad, el ingenio, la pedagogía y tantas otras maneras, porque preferimos el sonido de un violín al de un fusil.
No se puede callar la voz del pueblo; esta es, después de todo, la de Dios.
Paula Andrea Mora Díaz