LA PAZ
Dios Padre, desde la creación, ha querido que el hombre viva en paz y armonía consigo mismo y con la naturaleza. En la creación, cuando le da a Adán la autoridad para someter a todos los seres vivos, darle el nombre, transformarla y disfrutar de ella, logrando así, que la humanidad se identificara, y viera en la misma naturaleza, la mano de su creador.
La paz, es uno de los valores más buscados desde que Adán perdió el paraíso por desobediencia, cuando fue expulsado, entró en el corazón de la humanidad, la nostalgia y la tristeza profunda, que no la llena ninguna de las cosas del mundo, por ello, el hombre siempre estará inquieto, inconforme, en búsqueda continua y perenne, hasta que encuentre su paz perdida, que no está en otra cosa, sino en aquel que es la fuente y Padre de la Paz.
Recordando el precepto: “no matarás” (Mt 5,21), nuestro Señor pide la paz del corazón y denuncia la inmoralidad de la cólera homicida y del odio:
La cólera es un deseo de venganza. “Desear la venganza para el mal de aquel a quien es preciso castigar, es ilícito”; pero es loable imponer una reparación “para la corrección de los vicios y el mantenimiento de la justicia” (S. Tomás de A., s. Th. 2-2, 158, 1 ad 3). Si la cólera llega hasta el deseo liberado de matar al prójimo o de herirlo gravemente, constituye una falta grave contra la caridad; es pecado mortal. El Señor dice: “Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ente el tribunal” (Mt 5,22).
El odio voluntario es contrario a la caridad. El odio al prójimo es pecado cuando se le desea deliberadamente un mal. El odio al prójimo es un pecado grave cundo se le desea deliberadamente un daño grave. “Pues Yo les digo: Amen a sus enemigos y rueguen por los que les persigan, para que sean hijos del Padre celestial…” (Mt 5, 44-45).
El respeto y el desarrollo de la vida humana exigen la paz. La paz no es sólo ausencia de guerra y no se limita a asegurar el equilibrio de fuerzas adversas. La paz no puede alcanzarse en la tierra, sin la salvaguardia de los bienes de las personas, la libre comunicación entre los seres humanos, el respeto de la dignidad de las personas y de los pueblos, la práctica asidua de la fraternidad. Es la “tranquilidad del orden” (S. Agustín, civ. 19, 13). Es obra de la justicia (cf Is 32, 17) y efecto de la caridad (cf GS 78, 1-2).
La paz terrenal es imagen y fruto de la paz de Cristo, el “Príncipe de la paz” mesiánica (Is 9, 5). Por la sangre de su cruz, “dio muerte al odio en su carne” (Ef 2, 16; cf Col 1, 20-22), reconcilió con Dios a los hombres e hizo de su Iglesia el sacramento de la unidad del género humano y de su unión con Dios. “Él es nuestra paz” (Ef 2, 14). Declara “bienaventurados a los que construyen la paz” (Mt 5, 9)
El grupo que le toque esta afirmación de paz; deberá ser el más armonioso, el que busque siempre la comprensión entre todos en el campamento. Deberá ser el que mantenga un clima de paz, sobre todo en los momentos más fuertes. Hay que buscar los mejores métodos para lograr la paz en nuestros pueblos, comenzando por nosotros mismos. Sean pues jóvenes, mensajeros de la paz.